

Heriberto Quiñones, una tragedia comunista
La lucha de la memoria contra el olvido tiene muchos, muchos
nombres. Uno de ellos, y muy especial, es el de Heriberto Quiñones,
sobre el que se ha efectuado alguna que otra referencia...
La lucha de la memoria contra el
olvido tiene muchos, muchos nombres. Uno de ellos, y muy especial, es el
de Heriberto Quiñones, sobre el que se ha efectuado alguna que otra
referencia a algunas de las necrológicas dedicadas a Santiago Carrillo
que fue su camarada, aunque parece ser que no mucho. Su historia
recuerda novelas como La orquesta roja de Gilíes Perrault, de la
que guardo la traducción que Javier alfada hizo para Laia, Barcelona,
1974, pero que los lectoras podrán encontrar otra más reciente en
Txalaparta. Casi como la trama de Leopold Trepper, la de Quiñones
tienen una potencia de historias como la de Ignace Reiss, contada por su
compañera Elizabeth Poretski en Los nuestros, entre otras cosas porque todo fue cierto.
Quiñones nació en 1907 en Moldavia pero
no se llamaba para nada como decía, ni nunca desveló su verdadero
nombre. Sí se sabe que llegó a España en 1932 como delegado de la III
Internacional en su fase más izquierdista y enloquecida (Stalin había
dictaminado que la socialdemocracia y el fascismo no eran adversarios
sino hermanos gemelos), pero lo suyo no era la reflexión teórica. Como
otros muchos militantes anónimos de la época, como Jan Valtin, Quiñones
desarrolló su misión militante sucesivamente en Asturias, Valencia,
Mallorca, Menorca, Cataluña y Madrid. Políglota y revolucionario de
oficio, fue un sin patria experto %u2014usó muchas identidades y acentos%u2014
amén de un agitador heroico y despótico en nombre de la revolución.
Alguna vez argumentó contra un adversario que no entendería otra razón
que el plomo, dando muestra de la fe del carbonero, como cuando en 1934,
afirmó que "el régimen soviético terminaría con el hambre, la miseria y
la opresión".
Fue un exponente de la buena fe de
muchos militantes excepcionales que representaron los que Isaac
Deutscher llamaba “el heroísmo burocrático”; estaban dispuestos a morir
por unas ideas que no se atrevían a discutir.
Durante los años treinta, A Quiñones,
fue detenido muchas veces, hasta que enfermo carcelario de
tuberculosis, se le anticipó la tragedia cuando en 1936 fue ejecutada
por los militares rebeldes su compañera, la también mítica dirigente
comunista mallorquina Aurora Picornell, que estaba embarazada; ambos
tenían una hija, Octubrina Roja, que la verdad católica del franquismo
rebautizó como Francisca. Quiñones fue fusilado en Madrid en 1942 por
la dictadura de Franco, después de ser detenido por sus actividades por
recomponer una resistencia que la dirección del partido había dejado
para la tropa. Se sabe lo llevaron al paredón atado a una silla,
paralítico, con la columna vertebral rota por las torturas. Sólo movía
la cabeza, los ojos y la lengua y en la tapia gritó: "Viva la
Internacional".
Pero lo más terrible de todo esto es que
el partido por el que lo había dado, le denostó durante décadas, lanzó
el fuego de la sospecha sobre su verdadera personalidad y le censuró
por "aventurero, audaz y sin escrúpulos", en su actuación para
reorganizar en la inmediata posguerra a los comunistas supervivientes,
para socavar el nuevo régimen que había derrocado a la República.
Afortunadamente existe un trabajo muy importante de recuperación, la obra del historiador David Ginard, Heriberto Quiñones y el movimiento comunista en España (1931-1942), publicado Compañía
Literaria-Documenta Balear, Palma- Madrid, 2002%u2026En sus densas páginas,
Girad traza el perfil y la peripecia política del controvertido
novedad la reconstrucción de la detención, declaraciones policiales,
material de la organización clandestina y la causa del consejo de
guerra contra quien fue máximo dirigente interior del PCE. Paul Preston
escribe en el prólogo que "el libro se lee como una novela de espías" y
afirma que Ginard "ha iluminado uno de los mayores misterios de la
historia española de los años 30 y 40".
Página a página, el estudio de Girard
nos permite acercarnos con concreción a la vida de uno de aquellos
cuadros "de tercer orden" de la Internacional comunista, un moldavo
cuyo verdadero nombre ni se sabe, cuyo lugar exacto de nacimiento se
presume, al que el franquismo atormentó como a Cristo por el intento de
reconstruir el Partido comunista en el interior de España, y al que ese
propio partido cubrió después de oprobio. La fluidez de la escritura de
Ginard sólo es posible tras un meticuloso trabajo de investigación que
ha combinado testimonios orales y un trabajo en archivos y hemerotecas
muy notables con una muy sólida implantación conceptual: no sólo ha
obtenido muchos datos sino que su mirada es inobjetable.
Ginard se atiene escrupulosamente a los
hechos. Relata las actividades de Quiñones en España con cierto
detalle durante la guerra civil. El personaje no resulta simpático pero
sí muy notable: parece una persona políticamente informada pero
probablemente sectaria; una persona, además, muy segura de sí misma, y
en más su tarea política. Se negó a irse de España y siguió luchando en
las condiciones que imponía la derrota en la guerra civil.
Se sabe que el PCE afrontó muy mal el
final de la guerra. Probablemente en Asturias y en los Pirineos se
ocultaron armas para la resistencia guerrillera. En cambio, el pase del
partido a la clandestinidad no fue algo organizado u ordenado sino más
bien un sálvese quien pueda. En estas condiciones, sin recursos, e
inicialmente sin contacto con el exterior, entrando y saliendo de
cárceles, Quiñones intenta reconstruir el aparato del partido primero
en Valencia y luego en Madrid. El instructor de la Internacional sabe
cómo hacerlo, muy modesta y pacientemente, conociendo al dedillo las
reglas de la clandestinidad.
La trama de los hechos centrales se
sitúa en los años que corren entre el pacto germano-soviético, que tal
vez Quiñones no aprobó, y luego la guerra mundial. En este ambiente, a
Quiñones le llega propaganda comunista editada en el exilio. La línea
del partido sigue siendo el restablecimiento del gobierno de Frente
Popular con Negrín al frente. Quiñones cree necesaria una alianza
política más amplia y flexible y se anticipa a formular e imponer por
cuenta propia, a través del pequeño núcleo dirigente que ha establecido
en Madrid, una política de "Unión Nacional". Esta importante
disidencia, que él atribuye a la falta de información de los dirigentes
exiliados sobre la situación en el interior del país, será más
adelante motivo de que la dirección comunista calumnie su memoria
tratando de presentarle como un "agente británico".
Hay algo de buen cine en la descripción
que nos ofrece Ginard. Las elipsis las llena la cabeza del lector, a
quien le corresponde atar cabos y juzgar. No deseo describir aquí lo
mejor del libro, que es, sin embargo, un terrible descenso a los
infiernos. Sólo expresar mi admiración por el comportamiento de
Quiñones ante la policía franquista: no le da nada de dónde tirar.
Ginard transcribe en su libro documentos que hablan por sí mismos;
también fotos, elocuentes como la verdad. El libro se cierra el libro
transcribiendo un documento de infamia, un editorial de Nuestra Bandera de 1950, atribuido a Carrillo. Otra historia más%u2026

Heriberto Quiñones y el movimiento comunista en España (1931-1942)
Ginard Féron, David
Relato minucioso de la vida de un revolucionario de los años treinta que organizó en la Segunda República el Partido Comunista en Mallorca, el País Valenciano y Asturias.